Cuentos cortos | La Omnipresencia


Sí, me volví muy bueno en lo que hacía, la vasta experiencia que adquirí en todos estos años en el viejo puerto de Kadath recibiendo embarcaciones que provenían de todo el mundo me ayudó a resolver muchísimas situaciones inclusive antes de que pasaran. No había nada que se me escapara; ni los navíos mercantes de oriente ni los bucaneros con sus mercancías de contrabando. Lo había visto todo.

El viejo puerto se encontraba justo en medio de dos barrancos que se alzaban como un gran portón empinado. “¡La entrada al cielo!” le decían muchos, otros, “¡la entrada al infierno!”; no solo por su forma sino porque muchos barcos vieron su fin entre sus arcas. Bravo por los oleajes pero muy prudente para grandes naves por su favorable profundidad. Es verdad, la primera impresión es escalofriante e impactante pero uno se va acostumbrando.

Ese Domingo, como todos los domingos de fin de mes, esperábamos una embarcación de provisiones a media noche, y como de costumbre, tenía que estar ahí para que nada fallara. Las escorias que rondaban el puerto solían sobornar a oficiales para hacer la vista gorda y desaparecer por unas horas, y ésta no iba a ser la excepción. Es por eso que siempre llevo conmigo mi vieja pistola Browning M1900.

Como era de esperar, faltaron dos de mis peones, uno seguro por embriagarse de más en la posada del Viejo Mostacho y el otro por una discusión con una de sus esposas, esta vez seguro le tocaba a la Noruega, sí, estoy seguro, por eso pedí doble turno a dos de los muchacho de la tarde. Esto ya lo había vivido.

La penumbra esa noche se hizo sinuosa, un poco tensa, y la niebla, muy celosa, no nos permitía quitarle los ojos de encima. Nada distinto a lo ya vivido.

Todos ya estaban en sus lugares, era difícil ver las posiciones por nuestras lámparas tenues, siempre a punto de apagarse, pero conocía el viejo muelle como la palma de mi mano, bastaba divisar una silueta y sabía dónde estaba. Esa noche, no iba a ser distinta… No debía ser distinta.

¿Relámpagos en el cielo?, me pregunte… ¡Maldición!, dije entre dientes, que no sea una tormenta, no quiero renegar más de lo debido.

A lo lejos, entre las arcas del puerto, sin mayor aviso que una luz agonizante, aparecía una gran silueta, la espesa niebla no me dejaba distinguir al navío, pero por la hora, tenía que ser la embarcación que esperábamos… ¿qué más podría ser?

La luz se acercaba más… ahora eran dos luces, la llama era roja y parpadeante… no recuerdo haber visto semejante luz en otras flotas… tiene que ser una nueva mezcla para antorchas, pensé. No puede ser distinto a algo que ya viví.

Faltando unos 100 metros para que llegue al muelle, aun sin divisar la nave y acercándose cada vez más, empezó todo… Lo escucho y estremezco…

Ese sonido Gutural, como el lamento de una gran bestia ahogada en su propia saliva, pero con un eco descomunal, semejante al rechinar de una puerta de hierro pesada, oxidada por el tiempo. Esa sensación o impresión se reproducía en mi oído, repicante, con un conjunto de vibraciones que se propagaba por el aire y hacía estremecer hasta al mismo silencio.

Eso no puede ser un barco, dije, y sin terminar la frase; junto a un relámpago que estalló en el cielo, esa forma se debela. Tal explosión de luz alumbró todo el barranco por un instante y deja ver esa “cosa”. Una presencia inconclusa que se extendía por todas partes pero al mismo tiempo. Mi presencia insignificante lo contemplaba paralizado. Trato de buscar a alguien más a mí alrededor y estoy solo. Esa irreconocible sensación metamorfa, venía por mí. Eso nunca lo viví.

Sentí el raspor de mis órganos que rogaban por salir de mi cuerpo. Mis labios quebrajados tal mástil seco en un barco encallado. Y la inmensa incertidumbre de no saber qué esperar, solo quietud, reposando inmerso en un parálisis imprudente que me obligó a ser este narrador omnisciente de mi propia muerte.

FIN

By: Omar el morador

Imagen: theartofanimation.tumblr.com


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