Relatos de Horror, Alcázar
Cuando regresé al paraíso, jamás imaginé que estaría tan cerca del infierno.
Había vuelto a mi querido San Juan, después de tanto tiempo alejado de mis raíces, había podido superar mis temores y quería terminar de saldar algunas cuentas pendientes que sentía con mi pasado en aquellos lares.
Me había hospedado en una vieja cabaña de un amigo que quedaba en un pueblito llamado Puchuzun a pocos kilómetros de mi verdadero y oscuro destino; el cerro Alcázar en Calingasta.
Recuerdo cuando de pequeño recorría esas montañas y jugaba en las cuevas que solo yo conocía, ya que las entradas a estas, eran muy estrechas y sólo era posible entrar si eras muy delgado; estas cuevas estaban cubiertas por rocas de todos los tipos y colores, eran tantos los tonos que no podía identificarlos, pero siempre estuve maravillado por un color es especial, uno que estaba en el techo, como si fuera una puerta al centro de la montaña, era tan diferente que creía nunca haberlo visto en ningún libro, por lo que diría que es “un color que cayó del cielo“, el mismo que dicen que vuelve loco al que lo mira por mucho tiempo y que luego no se reconoce donde se está y uno se pierde para siempre en mundos horrendos y disímiles para nosotros. Por suerte no me sucedió nada de eso, pero cuando recuerdo aquellas solitarias travesías, dentro de las cuevas con sus caprichosas paredes, siempre le acompañan a este, imágenes ambiguas y difíciles de explicar, cuasi borrosas e inentendibles, como formadas por estados gaseosos o luminosos y que van cambiando sus formas. Quisiera poder decir que eran pero no lo recuerdo muy bien y que hasta podrían ser solo imágenes mezcladas de mi joven y fabulador cerebro.
Por todo eso no pude olvidar jamás las cuevas de Alcázar, tan exultantes de color, de formas, de ecos, de secretos y de susurros… Todas esas fuerzas abstractas no me soltaron y me clamaban en sueños, es por eso que después de tantos años tuve que volver a “El Castillo”, pues así era conocido en San Juan, ya que según se contaba, su nombre fue dado por “Abdul Alhazred”; Al-qasr que en español es Alcázar.
La noche del siete de Octubre de aquella calurosa primavera, sería la última en la cabaña, ya que a la mañana siguiente emprendería camino al cerro.
Camine mucho por la vieja y abandonada ruta 412, la misma que bordea el “Río de los patos” y me llevó todo el día llegar al pie de la montaña de Alcázar. Pretendía acampar en la base y entrar de día a las cuevas, aunque una vez dentro diese lo mismo, pero el viento zonda soplaba muy fuerte esa noche, levantaba tanto polvo y hacía tanto calor, que para buscar refugio, no tuve otra opción que escalar el cerro y entrar a las cuevas. No puedo precisar el tiempo que tardé en llegar a la entrada, podrían haber sido horas, pero cuando lo hice sentí que el corazón se me salía del pecho; entre obscuridad y polvo tanteé el hueco, arrojé dentro mi mochila y con celeridad me lancé al interior, pero para mi sorpresa mi hombro izquierdo se estrelló contra la roca. Gritando de dolor recordé lo angosta que era la entrada y entendí el frustrado intento y sin perder tiempo en lamentos introduje la cabeza y los brazos en el hoyo pero no pude entrar, era más estrecho de lo que recordaba. Arremetí con más fuerza y mi cuerpo se trabó con las rocas laterales, sentí calor en el brazo y supe que sangraba, comencé a empujar con las piernas hacia dentro de Alcázar, pero no había cambios, yo era muy grande para la entrada y cuando estaba a punto de desistir y retrotraer mi cuerpo fuera de la cueva, sentí que la entrada se agrandó, como si inhalara… Aunque la sensación fue esa, sabía que era imposible y que lo que realmente había pasado fue que mis brazos al moverse se acomodaron a la amorfa entrada y encontraron la forma justa que permitió mi ingreso.
Ya dentro y en plena oscuridad olvidé las pequeñas rocas que de niño utilizaba como peldaños y tropezando con ellas caí de cara al suelo, no sé si por el dolor o el saber que ya estaba dentro, pero me quedé dormido donde había caído.
Cuando desperté me dolía todo el cuerpo y por sobre todo el hombro izquierdo, busque la mochila y dentro de esta la linterna que me había regalado mi abuelo, lo primero que iluminé fueron las paredes y aunque no las noté tan coloridas eran las mismas de siempre, luego alumbré mi brazo izquierdo y noté el corte perpendicular que tenía. Era de unos diez centímetros pero por suerte ya no sangraba, sólo quedaba la sangre coagulada que tiñó y endureció la manga de mi camisa.
Ahora que estaba dentro de Alcázar me sentía muy a gusto y muy sereno, pero razonando un breve instante pensé: ¿Qué demonios hago en esta maldita cueva? Pero como una idea nueva que llega, lo supe, estaba en la cueva para abrir el camino, no sé cómo lo sabía, pero era así, era mi destino, tenía que abrir la puerta.
Comencé a recorrerla y a adentrarme en sus profundidades, de a ratos sentía ascender y de a ratos descender en el camino, las dimensiones del interior de Alcázar iban cambiando mientras más me adentraba, sus dimensiones crecían y decrecían constantemente, fue increíble chocar con estalactitas y luego pisar estalagmitas, esto hablaba de su antigüedad y de su virginidad, entiéndase que era el primer humano en socavar las entrañas de aquel cerro o por lo menos el primero en varios milenios. Sin pensarlo seguí adentrándome más profundo y mientras más lo hacía, más recordaba cual era mi propósito, estaba claro para mí: tenía que romper el sello y liberarlo, solo la sangre de un descendiente podía hacerlo. ¿Cómo sabía esto? no lo sé, pero sentía que era así. Me adentré más en las profundidades de Alcázar y llegue a un punto donde las estalactitas y las estalagmitas se unían y calcaban rejas impenetrables de reinos invencibles y misteriosos, pero éstas no me detendrían, mi labor debía realizarse y sin dudarlo arremetí contra ellas con la palma de la mano abierta y paradójicamente las destrocé como si fuesen de fina escarcha. Esto me dio más ímpetu y más vigor, por lo que sin siquiera dudarlo seguí hundiéndome más en la pestilencia de la montaña. En estas profundidades debían de convivir todo tipo de energías y magnetismos, los notaba, los recordaba y los entendía… sí, los entendía, aunque suene inverosímil, sabía lo que decían, era como si las paredes me hablaran, no puedo reproducirlo porque no sería comprensible al oído humano, pero lo más cercano sería decir que eran como ideas que surgen, pero en este caso serían impuestas, o por lo menos así las sentía yo.
Llegué al fondo de Alcázar y ya sabía qué hacer, apagué la linterna, me arrodillé y con mi mano derecha abrí la herida de mi brazo izquierdo, dejé que mi mano se colmara del escarlata elíxir y con él comencé a dibujar figuras insanias e irrepetibles, ellas eran las dehiscencias de esta montaña de locura. Con el contacto de la sangre en la piedra, la gruta pareció regocijarse y sucumbir de gozo, a cada momento que seguía creía con más certeza que Alcázar estaba vivo.
La sangre pasó de escarlata a púrpura y de púrpura a azabache, pero de aquí en más los colores que siguieron no tienen nombre en nuestra lengua, trataré de explicarlos; o por lo menos a dos de ellos, después del azabache surgió el kirazdio y de él, el nekrahiez. El kirazdio tenía un tono azul pero sin su frescura, era como si verlo doliera y se tornaba a esmeralda pero con una lentitud palpable, como si fuese adrede, pero el nekrahiez era muy diferente, su presencia en el ambiente era opresiva y maliciosa, con destellos de magenta pero virando a cayena, su presencia era designio de acciones horrendas por venir.
Después siguieron más colores y estos con más personalidades, todos diferentes como seres con vida propia y con la danza de ellos, la cueva nunca estuvo a obscuras.
De repente me sentí mareado y muy débil, intenté sostenerme de una roca saliente pero no pude hacerlo y caí al piso de rodillas, había perdido mucha sangre y mi brazo seguía ofreciendo más a Alcázar. En un breve y morboso momento me pareció como si la roca se ondulara hacia el charco para poder beber mejor, pero mis pensamientos divagaban y mi vista era engañosa, ya no sabía qué creer.
Pero por fin había llegado, estaba en el centro más profundo de Alcázar y en el momento exacto, estaba en un recinto que cambiaba constantemente de tonos y de formas. Las paredes cambiaban turnos con el suelo y el techo y estos con ellas. Cuando todo se detuvo y se acomodó a las nuevas físicas del lugar, lo que quedó frente a mí fue la puerta que me había arrastrado allí, pero ésta no revelaba asas, pomos, pasadores o cerrojos y no sabía cómo abrirla, aunque tenía un oscuro corte horizontal, el cual me invitaba a introducir la mano en él…
Sin darme cuenta, mi brazo izquierdo estaba dentro de la oquedad, casi hasta el hombro, y entonces comencé a sentir como si miles de pequeños tentáculos succionaran de la herida y aunque no notaba dolor, comprendía o imaginaba lo horrendo del rictus y sollozando de terror me paralicé, luego de un momento no noté más la repugnante succión y de un tirón saqué el brazo del agujero, o lo que quedaba de él.
A diez centímetros del hombro había un muñón perfectamente curado, aunque en realidad no había cicatriz o marca alguna que evidenciara que antes había un brazo, era como si nunca hubiese existido, como si el hoyo lo hubiera borrado junto con su historia y creo que por eso la carencia de dolor, ya que por qué dolería un miembro cercenado si nunca hubo miembro. A estas alturas yo mismo había comenzado a dudar de su existencia. Luego de esto la entrada comenzó a estremecerse y la temible oquedad parecía querer abrirse más a cada momento que pasaba y efectivamente fue lo que ocurrió, la amorfa boca se abría a pasos agigantados y Alcázar temblaba ante lo que se avecinaba…
De la obscura cavidad emergió un ser tan repugnante y tan grotesco que retroceder fue un acto automático de supervivencia, sin haberme dado cuenta me había escondido detrás de una roca y desde allí pude ver a la criatura, vi como reptaba por la cueva aunque tenía varias patas dorsales, pero inmediatamente noté que no eran patas, más bien eran garras y no las utilizaba para desplazarse, sino para buscar alimento y llevarlo a las bocas, digo bocas porque tenía una debajo de cada garra y tenía muchas garras; la criatura parecía un paquidermo del tamaño de un ómnibus. Pude apreciar que no tenía ojos, pero en su reemplazo poseía en la parte frontal un conjunto de tentáculos que vibraban permanentemente, por lo que supuse que eran una especie de captadores o receptores de sonidos, vibraciones, movimientos o temperaturas, no lo sabía, solo vi que se movían buscando algo y mi instinto me decía que buscaban alimento y que yo podría serlo.
La criatura se movía por todo el recinto y todo lo que las garras tocaban lo mutaban a una especie de masa acuosa y sanguinolenta, como si fuese un gran alquimista; acto seguido las garras arrastraban todo a las bocas y éstas lo devoraban tan desesperadamente que el horrible acto me estremeció y comencé a temblar tanto que sentí que las rodillas se me partirían de tanto chocar.
Entonces comprendí que lo que creí añoranza a mi tierra, fue en realidad una manipulación de la mente y que fui utilizado por fuerzas tan superiores a las conocidas por nosotros que nunca advertí el verdadero propósito y que tan solo fui una llave para abrir un portal de un desconocido lugar, que trajo a esta aberración a nuestro mundo y lo que es peor es que la entrada seguía abierta y pululando parir más locuras como esta.
De repente la maravillosa Alcázar me pareció lo más espantoso y repugnante de la tierra, era un nido oculto de criaturas insanias y apocalípticas, entonces supe que cueste lo que cueste debía borrar esa montaña de la faz de la tierra y junto con ella a la amorfa bestia.
Enajenado de terror comencé a desandar el camino que me había llevado hasta allí, siempre oculto, en silencio y arrastrándome por el suelo o con cinismo diría reptando, para no ser advertido por la criatura. En ningún momento traté de mirar por encima de mi hombro, era tanto el terror que sentía que sabía que si al voltearme veía que me seguía, gritaría y automáticamente sería mi fin, entonces seguí escapándome de aquello. Si bien no veía mucho sentía en el suelo que algo se arrastraba hacia mí y que cada vez estaba más cerca, lo morboso de la situación era que cuando me detenía para advertirlo mejor, ese algo también se detenía, no sabía cómo alejarme ya que mis ruidos alertarían a la deformidad y le darían mi posición exacta, por lo que decidí esperar unos minutos en quietud para notar si sus movimientos tenían algún patrón o algo que yo pudiera utilizar a mi favor para poder escapar.
Nada cambió, retomé la marcha y aunque me fue muy difícil con un solo brazo seguí arrastrándome, no podía pararme y correr, tenía la sensación de que si lo hacía me atraparía. Para mi desgracia advertí que aquello también volvió a moverse y esta vez parecía más veloz y decidido, pero yo nunca dejé de avanzar hacia la salida.
Lo que todavía no sabía era cómo derrumbar a Alcázar y así sepultar a su nefasto huésped, diría que lo primero que había pensado era dinamitar la pequeña entrada, pero no tenía idea de donde podría conseguir el explosivo, luego pensé en volver con un camión cargado de rocas y volcarlo en la entrada, esta última idea no me convenció mucho ya que había visto lo que la bestia hacía con las rocas, pero algo tenía que hacer y tenía que ser rápido, entonces decidí mi acción, saldría de Alcázar y sin detenerme bajaría al pueblo y se lo diría a todo el mundo, sabía que no me creerían, pero era mi única opción, tenía que convencerlos y así todos juntos posiblemente tendríamos alguna oportunidad contra aquella aberración. Entonces con mi norte marcado y sin detenerme nunca, renové mis fuerzas y seguí ascendiendo más rápidamente sin reparos en que eso me delatase, seguí así mucho tiempo y por fin mi esfuerzo tuvo recompensa, a una distancia de unos cien metros había divisado la entrada y nunca pensé que algo tan simple podría hacerme temblar de alegría, la arcada de la pequeña salida a lo lejos, era mi arco del triunfo y más esperanzador era ver cómo por ella se asomaba un sol invencible, poderoso y destructor de todo lo obscuro.
Ya estaba muy cerca, tan cerca que la emoción hizo que me parara de un salto y corriera los últimos veinte metros como si fuera un velocista olímpico, me asombré de mi rapidez y brevemente me enorgullecí de mí mismo al mantenerme siempre en forma.
¡Y lo logré! Llegué a la salida, entonces me agache para sacar primero la cabeza y escapar de Alcázar, pero no me iría sin antes mofarme de la maldita bestia y tan infantilmente giré mi cabeza para despedirme socarronamente de ella y… ahí estaba, detrás mío, tan cerca que sentía su fétido aliento ¿Cómo lo hizo, cómo llegó tan rápido?, no lo sé, quizás estaba jugando con su presa y siempre supo que me alcanzaría, pero todo eso ya no importaba, estaba acabado. Me notó tan paralizado, que no se molestó en asirme con sus garras y en ese momento me pareció que esbozó una mueca de sarcasmo. Acto seguido abrió su boca y entonces una especie de lengua me tomó del pecho y comenzó a arrastrarme a su interior, decidí no mostrarle temor y despacio fui cerrando los ojos y con mi última línea de vista vislumbré que lo que me tenía agarrado no era una lengua… era una mano humana.
FIN
By: Ariel el Morador
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